martes, 6 de julio de 2010

NADA SE PIERDE CON OPINAR


DIBUJOS EN LA ARENA
Por L. García Nemo

La canción del castillo de arena
Texto e ilustraciones: Joel Franz Rosell
A Fortiori Editorial. Bilbao, 2007
32 páginas, encuadernado en cartoné (297mm x 210mm)



Un niño y su padre construyen castillos de arena que desaparecen con la noche. Tras intentar algunas explicaciones fantasiosas, el padre afirma que el destino de los castillos de arena es desaparecer para que, en la misma playa, otros puedan aprender a construirlos. El mensaje es filosófico (más vale hacer que poseer) y ecológico (“Por la mañana, junto al mar frío, quieto y transparente, la arena parecía recién traída del taller de Máximo Universo”). El niño se inquieta entonces por la princesa que ha imaginado en cada castillo, pero la reencuentra en una caracola, donde vive “hasta que alguien hace un castillo de arena y ella puede asomarse a la ventana para cantar en el idioma del hombre o el niño que construye”.

Es el tercer personaje de una historia donde la madre nunca es mencionada. ¿Se trata de una familia monoparental?

Es lo que podría indicar la inclusión de este cuento en la colección En favor de la familia, con que la editorial vasca A Fortiori se propone “transmitir a las generaciones futuras que lo que define una auténtica familia es el amor que nos tenemos quienes la constituimos, independientemente del número de personas que la integramos, del sexo al que pertenecemos, de nuestra raza, del tipo de pareja que formamos, o de si somos hijos biológicos o nos han adoptado”.

Rosell no escribió expresamente para la colección A favor de la familia (lo que sí se nota en uno que otro álbum de la serie. La misma historia ya aparece en su primer libro español: Los cuentos del mago y el mago del cuento (Ediciones de la Torre, 1995) e incluso en la versión brasileña, editada cuatro años antes.

Si el discurso presenta algunas mejorías, lo realmente novedoso es que, esta vez, las ilustraciones son del propio escritor.

La vivacidad del colorido y un dibujo espontáneo son los rasgos sobresalientes del ilustrador que vegetaba en el experimentado escritor cubano. Pero lejos de caer en la trampa de repetir en líneas y colores lo dicho con las palabras, Rosell nos presenta unos personajes de piel oscura y un paisaje caribeño que el texto no especifica. El autor declara haber revivido las circunstancias en que concibió la historia: una playa de Santiago de Cuba donde la mayoría de los bañistas eran negros y mestizos. Pero su intención más profunda era contrariar la tendencia del álbum ilustrado europeo a confinar a los africanos, indios y otros pueblos “del Sur” en temáticas “propias” de su condición; ya se trate de estereotipos críticos como la pobreza, la discriminación y la destrucción del medio ambiente, o positivos como el vasto tejido familiar, la vivacidad del carácter y las tradiciones orales.

Rosell parece decir que los niños del “Tercer Mundo” también tienen celos del hermano menor, temen a la oscuridad, “mojan” la cama, se enamoran por primera vez… En suma: también juegan, sueñan, descubren el mundo, se equivocan y crecen como nuestros hijos, nietos, alumnos o vecinos, y como los niños que van a leer y a mirar el libro que estoy comentando. Pero en lugar de predicar la igualdad con la contundencia del discurso comprometido, la desliza en sus páginas con la pureza de sus colores.

La canción del castillo de arena corona cuarenta años de creación para la infancia. Cuando a los trece años, nuestro autor terminó su primera novela de aventuras, en las páginas de aquel cuaderno escolar también había dibujos. Diez años después, los malos consejeros que nunca faltan consiguieron que abandonara el pincel y se consagrase a la pluma. El flamante álbum de A Fortiori Editorial demuestra que los dibujos que Joel Franz Rosell confiaba a la arena, no se habían perdido para siempre.

Publicado en Otro Lunes, revista electrónica de cultura cubana y opinión. Berlín, mayo 2008